Un sábado se convierte en una máquina turística del tiempo al lugar en el que Cristóbal Colón se asentó por primera vez tras llegar al Nuevo Mundo: La Isabela.
El sol ya iluminaba el gran Santo Domingo cuando abrí los ojos ese sábado. Había despertado con la efervescente sed de cultura e historia. El día cálido y despejado, llamaba mi ser a las vías automovilísticas. Siguiendo ese llamado, me alisté. Tardé unos minutos en elegir mi destino hasta encontrar uno que satisfacería mi búsqueda: La Isabela, Puerto Plata. Me lancé a la aventura.
Luego de salir de la ciudad, atravesé por el paisaje artístico de Bonao y la folclórica ciudad de La Vega, el corazón de Santiago y Valverde. Se tornaron casi tres horas sobre las ruedas en la Autopista Duarte, en las que las frondosas montañas, la fauna nativa y las sonrisas de la gente en sus labores no dejaron de ser parte de mi paisaje. Sin darme cuenta, había llegado a la esperada Novia del Atlántico.
Ya en la provincia, desde el poblado El Mamey, dejaba atrás el verdor de la Cordillera Septentrional a mi espalda. Aún me tocaba recorrer unos 20 kilómetros para llegar a mi parada final. Tras una hora y veinte minutos después, al fin admiraba el antiguo establecimiento de la ciudad del Nuevo Mundo.
Primero me dirigí hacia el Museo Arqueológico La Isabela, una casa blanca, diseñada al estilo español, en la que toda la arquitectura gira en torno a un jardín. Me sumergí en toda la historia: un conjunto de cuadros informativos que visten las paredes, así como la maqueta de la vivienda del navegante y elementos originales usados por los europeos e indígenas nativos que datan de la fecha colonial.
Mientras más leía, más me asombraba cómo surgió este pequeño pueblo. Todo se remontaba al primer viaje del navegante genovés, quien pensaba que había llegado a las Indias en busca de especias. En el trayecto, una de sus embarcaciones, la Santa María, embarcación no sobrevivió y con sus restos, se construyó el 5 de diciembre de 1492 el llamado Fuerte a la Navidad. Colón volvió a España. Al regresar a la Isla Española, notó que la construcción fue destruida en manos de los taínos, por lo que emprende hacia un nuevo lugar donde asentarse.
Al salir del recinto blanco, en frente de mí, divisé boquiabierta las 4 de las 8 hectáreas arqueológicas que se podían visitar. Era un terreno donde la tierra acariciaba el calmo mar y el cielo azul contrastaba con su árido suelo anaranjado, dividido con líneas en piedras y adornado por grandes guayacanes.
La Isabela, que debe su nombre a la Reina Isabel de Castilla de España, fue erigida el 2 de enero de 1494 con todos los elementos que tenía una ciudad de entonces.
Caminando por el sendero rocoso, notaba las huellas de los antiguos hogares, los cuales, solo los públicos se realizaron con bases sólidas, extraídas de una cantera cercana a la población. En cambio, los demás se hicieron con maderas y hojas, razón por la que no pude visualizar ningún material. Los únicos cimientos en todo el panorama que guardan la sombra de las hojas, son los de la casa de Cristóbal Colón.
Cuando me volteé, pude ver las pequeñas tumbas del primer cementerio del Nuevo Mundo. Aún conservaban, en su mayoría, sus detalladas cruces así como sus bordes en roca. De hecho, de manera más aparta, conseguí ver el cadáver intacto de un ciudadano que aún conservan para exposición.
La villa española contó con su ayuntamiento, el primero de este continente, que fungía no solo como alcaldía sino también como una cárcel y almacén real. Los prisioneros esperaban su libertad en lo que hoy son unos cuadros profundos elaborados en el suelo.
Más adelante, un amplio espacio llama mi atención. Era la iglesia. Fue donde se predicó la primera misa y, a su vez, donde por primera vez se practicó la fe. Actualmente no se encuentra dentro del Parque Nacional, sino que se encuentra en su exterior, a unos pocos kilómetros, en una localidad rural de Puerto Plata.
Los sonidos de los pájaros y los rayos solares anaranjados me despidieron de mis orígenes. La Isabela es el punto de partida para la historia y la cultura de mi país. Finalmente retorné a casa, tras viajar en el tiempo en la Ciudad del Nuevo Mundo.




